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Profesores y poetas sevillanos en el exilio mexicano. Crónica de una reparación

20221107_141818 copiaTodo viaje a México tiene algo de ritornello, de corsi e ricorsi, de mito del eterno retorno. Una amplia generación de intelectuales españoles -y de ciudadanos de a pie- viajaron a ese bella y acogedora tierra, al fin de la guerra civil española (1936-39), en busca de un futuro incierto, con el anhelo de la libertad. En muchos casos lo hicieron para quedarse ahí, para no regresar a su patria nunca jamás. Ese viaje de ida -de huida- sin retorno cambió, de un plumazo, su estatus de ciudadanía. Uno de ellos, el poeta Pedro Garfias, alejándose de Europa, a bordo del Sinaia, camino de Veracruz, lo dijo con belleza y nostalgia: “Con España presente en el recuerdo / con México presente en la esperanza”. Gracias a México, y merced a la generosa inteligencia del Presidente Lázaro Cárdenas (y de un puñado de hombres, igualmente altruistas y benefactores, como Isidro Favela y Gilberto Bosques) esos exiliados no fueron simples “desterrados” sino honrosos “transterrados”. El desterrado es “el que tiene que dejar su patria y pasa a lugar que le es ajeno”, para decirlo con las palabras del maestro Miguel León-Portilla, mientras que el transterrado, concepto acuñado por uno de esos exiliados: el filósofo José Gaos, que designa a “quien, teniendo que salir de su tierra, se establece en otra que le es afín, y en la que llega a sentirse “empatriado””, concepto igualmente debido a Gaos.

20221107_105330 copiaLa patria afín a esos transterrados fue México, no el único pero sí el país americano que albergó en mayor medida a los exiliados españoles. La originaria Casa de España, luego convertida en Colegio Nacional, acogió las primeras publicaciones de nuestros intelectuales, y la sabia ejecutoria de don Alfonso Reyes procuró generosamente el sustento de muchos de ellos. La UNAM, en fin, la Ciudad Universitaria mexicana (y latinoamericana) por antonomasia, recibió a muchos de esos profesores (juristas, filósofos, literatos) y les abrió las puertas de sus cátedras de par en par. En la Facultad de Derecho de la UNAM varias aulas llevan el nombre de algunos de ellos y una placa perpetua el recuerdo a esos exiliados: de Constancio Bernaldo de Quirós a Luis Recansens Siches, de Victoria Kent a Mariano Ruiz Funes, de Luis Jiménez de Asúa a José Gaos, de Rafael Altamira y Crevea a Mariano Jiménez Huerta, de Niceto Alcalá-Zamora y Castillo a Felipe Sánchez Román, entre otros, igualmente valiosos.

 

El imponente auditorio Benito Juárez de la UNAM, coronado por el bello mural de otro exiliado: Moreno Capdevila, acogió el pasado lunes 7 de noviembre de 2022 un acto académico de homenaje promovido por las Facultades de Derecho de Sevilla y de la UNAM a esos exiliados. A todos en general y, en particular, a los que provenían de las aulas sevillanas y recalaron en las mexicanas. Participaron en el acto el Director de la Facultad de Derecho de la UNAM Dr. Raúl Contreras Bustamante, digno continuador de antecesores que acogieron a los docentes españoles con hermandad inigualable; el Decano de la Facultad de Derecho de Sevilla Dr. Alfonso Castro, que realizó un vibrante recorrido por los pasajes más tristes de la Facultad sevillana cuando, con ocasión de la guerra, hubo de perder a algunos de sus mejores activos; la escritora y Premio Cervantes 2013 Dª. Elena Poniatowska, memoria lúcida y viva de una generación, que recordó su amistad con muchos exiliados a los que trató y admiró personalmente; el Catedrático Emérito de Sevilla Dr. Miguel Polaino Navarrete, que rememoró la figura inigualable de don Luis Jiménez de Asúa, el más influyente de los penalistas españoles en su patria y en toda América Latina; el Abogado mexicano Dr. Jorge Luis Martínez Ocampo, generoso mecenas ahora de juristas hispanos como antes lo fueron algunos de sus compatriotas, y yo mismo, que me centré en los poetas que, huyendo de España, recalaron en México y aquí permanecieron hasta que sus cuerpos inertes se confundieron con tierra mexicana.

 

Screenshot_20221113-151220_WhatsAppNuestro homenaje fue un acto de justicia y, al mismo, de memoria y de reparación. Sobrevolaban en el ambiente de aquella soleada mañana mexicana muchos nombres ilustres: de María Zambrano a Max Aub, de León Felipe a José Moreno Villa, de Luis Villoro a Adolfo Sánchez Vázquez, de Joaquín a Ramón Xirau, de Vicente Rojo a Luis Buñuel (cuyas cenizas depositó, por cierto, el padre Julián Pablo Fernández, al pie del altar de la iglesia de los jesuitas muy cerca de la UNAM). Quisimos, entre todos esos nombres, simbolizar el recuerdo en los profesores y poetas que de la Facultad sevillana de Derecho recalaron en México: de entre los primeros, Wenceslao Roces Suárez, Rafael de Pina y Milán, Demófilo de Buen y Manuel Martínez Pedroso; de los segundos: Pedro Garfias y Luis Cernuda.

 

20221107_161129 copiaDe entre los cuatro profesores de la Facultad sevillana, fue Roces (1897-1992) el que menos contacto tuvo con ella. De facto, nunca llegó a desempeñar la cátedra hispalense. Nombrado para ocuparla el 7 de septiembre de 1936, luego de profesarla en Salamanca y Murcia, pasó a la situación funcionarial de excedencia apenas diez días después, al ser nombrado para un cargo político: Subsecretario en el Ministerio de Instrucción y Bellas Artes, que habría de desempeñar no sin cierta polémica. Un decreto de mes y medio después (primero de noviembre del 36), el gobierno surgido del alzamiento nacional declaró nulos los nombramientos anteriores, quedando sin efecto su designación para la cátedra sevillana. Implicado en la actividad política, miembro activo del partido comunista, su labor como traductor (de Marx, Engels, Lenin… en el plano político, o de Hegel, Humboldt, Dilthey, Mommsen, Zweig, Cassirer, Lenel… en el filosófico, universitario o puramente literario) fue intensísima. Su labor docente y publicística la desarrolló, en México, en la UNAM y en el Fondo de Cultura Económica. Ya octogenario regresó a su país natal, donde llegaría a ser Senador en la recuperada democracia. Inadaptado en su país -doblemente transterrado- al cabo de las décadas regresó a México donde murió, en 1992, a los 95 años de edad.

13fe9638-d9ce-40d1-833f-4078a2823b95Muy vinculados a la Facultad de Derecho de la UNAM serían, también, las estirpes de dos profesores de la Facultad sevillana: De Pina y De Buen. El patriarca de la primera, Rafael de Pina y Milán (1888-1966), natural de Yecla (Murcia), estudió la carrera de Derecho en la Universidad de Valladolid, fue Catedrático de Derecho Procesal (Procedimientos Judiciales, Práctica Forense y Redacción de Instrumentos Públicos) en las Universidad de La Laguna y de Sevilla, labor docente que compaginó con una intensa actividad política, como diputado a Cortes por la provincia de Sevilla y como Gobernador Civil en el archipiélago canario. Desprovisto de su cátedra sevillana en 1937, huyó con su familia a Francia y de ahí pasaron al continente americano, donde no fueron recibidos en Puerto Rico. Al llegar a Veracruz, en 1939, sintieron el alivio del buen recibimiento, de la generosa hospitalidad. En la UNAM desarrollaría Rafael de Pina una larga labor docente, como profesor de Derecho Civil y de Derecho Procesal. Allí, también, sería maestro de Derecho Mercantil su hijo, Rafael de Pina Vara, un adolescente de doce años cuando arribó a tierra mexicana. Al cabo del tiempo ambos firmarían, por separado, obras docentes de gran difusión en su respectiva especialidad y, conjuntamente, el Diccionario de Derecho, que -editado por la editorial Porrúa ha alcanzado, entre actualizaciones y reimpresiones- una cuarentena de ediciones impresas.

190624-Aca2-f2-exilio-espanol-mexicoTambién los De Buen tuvieron, en su exilio, una estrecha vinculación con el país que les acogió. Exiliada primero en Francia, la familia recaló, en 1939, en tierra mexicana. En la expedición se incluía el patriarca, el catedrático Odón de Buen y de Cos (1863-1945), naturalista y oceanógrafo, nuestro civilista: Demófilo de Buen Lozano (1890-1946), su esposa e hijos, entre ellos, Néstor de Buen Lozano (1925-2016), entonces adolescente, catedrático luego largos años de Derecho laboral en la UNAM y autor de un interesante libro de memorias. El civilista Demófilo de Buen, catedrático de la asignatura en Salamanca y en Sevilla, además de Magistrado del Tribunal Supremo español, quedaría en el exilio vinculado a Panamá y a México, en cuya Universidad Nacional profesaría varios años, y en cuya capital fallecería, de una vieja cirrosis mal curada apenas unos meses después que su propio padre.

El catedrático de Derecho Político Manuel Martínez Pedroso (1883-1958), conocido generalizadamente por su segundo apellido, fue muy querido, por su simpatía y don de gentes, en México. Profesor de José López-Portillo (con el tiempo Presidente de la República y, asimismo, muy vinculado de México, donde vivió temporalmente en una casa en el céntrico Barrio de Santa Cruz), Carlos Fuentes y Sergio Pitol, dos futuros Premios Cervantes mexicanos, quienes no ahorraron elogios a su inolvidado maestro al cabo de los años. Elena Poniatowska, que lo admiró personalmente, me ha recordado que visitó, al maestro y a su gentil esposa, en compañía de Fuentes en diversas ocasiones. En Ciudad de México murió, a los 75 años, dejando una aureola de bellos recuerdos y leyendas.

literatasY también los poetas: Pedro Garfias (1901-1967) y Luis Cernuda (1902-1963), alumnos los dos de la Facultad de Derecho de Sevilla en cursos casi simultáneos. El primero arribó a Veracruz, en el mítico paquebote Sinaia, que había zarpado del puerto de Sète dieciocho días antes. Componían la expedición casi dos mil viajeros, entre ellos destacados intelectuales exiliados como Juan Rejano, Benjamín Jarnés, Eduardo de Ontañón, Adolfo Sánchez Vázquez, Antonio Sánchez Barbudo o Manuel Andújar. En tierra mexicana, de Veracruz a Guadalajara, de Ciudad de México a Monterrey, vivirá Garfias sus últimos 28 años de vida, bohemio y errante, escribiendo y publicando libros. Elena Poniatowska me lo ha recordado locuaz y extrovertido, y derrochando la vida a chorros en las cantinas mexicanas. Murió en Monterrey, en cuyo cementerio del Carmen yacen sus restos desde entonces.

polaino-cernuda-homenaje-RW7Gu5wSb3J2Wwbtrluw1eJ-1200x840@abcLuis Cernuda, en fin, uno de los grandes del 27, una generación de grandes poetas. Visitó México por vez primera en 1949 y en esa tierra hallaría, en la casa de Concha Méndez y de su hija Paloma Altolaguirre, su alojamiento definitivo. Cernuda -esquivo e integérrimo- fue feliz en México, como no lo había sido en ninguno de sus destinos anteriores como exiliado. A México dedicó un libro delicioso, muy en su estilo de fino prosista y de poeta sensible: Variaciones de tema mexicano (1952) y en esta tierra escribió sus poemas más maduros y quizá más acabados e perdurables: primero recogidos en Poemas para un cuerpo y luego en Desolación de la Quimera (1962), además de la edición definitiva de Ocnos, publicado por la Universidad Veracruzana, en 1963, apenas unas semanas antes de su muerte, edición que no llegó a tener en sus manos. Enfermo del corazón, murió el 5 de noviembre de 1963 en la casa de Coyoacán (Tres Cruces, núm. 11), donde vivió su última década y donde sigue viviendo Paloma Altolaguirre. Está enterrado en el Panteón Jardín de la Ciudad de México, muy cerca de otros exiliados, el poeta Emilio Prados y la pintora Remedios Varo. Como cada año, la Facultad de Derecho de Sevilla, en la que estudió y se licenció honrosamente, le rindió homenaje ante su tumba. En esta ocasión, el Decano Alfonso Castro recitó su poema “Peregrino” y quien subscribe su poema “Donde habite el olvido”. Luego de la tradicional ofrenda floral y del homenaje poético, Elena Poniatowska, que recuerda a Cernuda “guapo y coqueto, asoléandose en el jardín”, recibió a la comitiva sevillana en su casa de Chimalistac. En su muerte, el poeta sevillano Aquilino Duque, también licenciado en Derecho por la facultad hispalense, escribió: “Hoy el suelo de Méjico es más rico, / más pobre el cielo de Sevilla”.

 

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